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		un cielo tinto,
		como sangre de tantos toros.
Quisiera oler, otra vez,
		aquellas flores silvestres,
		de estirado rabo,
		y flor pequeña
		y gitana
		y salvaje
		y mundana
		y bella en el camino.
Quisiera sentir el perfume,
		de aquellas olas blancas,
		del Mediterráneo pensativo.
Quisiera preguntarle a los dioses,
		cuántas primaveras,
		cuántos veranos,
		de lúcida inocencia,
		ascenderán a una eternidad violeta.
